Un "sí" que transforma: María, Marcelino y 76 años de camino provincial

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Redacción Provincial

“María, Buena Madre, bendiga nuestras comunidades y obras; nos ayude para ser, como ella, humildes servidores de la Palabra de Dios.”

Cada 25 de marzo, los Maristas de Champagnat celebramos el 76º aniversario de la fundación de la Provincia Marista de América Central, una fecha que marca un momento clave en nuestra historia como familia religiosa y educativa.

¿Qué celebramos ese día?

Aunque en 2022 conmemoramos los 100 años de la llegada de los Hermanos Maristas a Centroamérica, el aniversario del 25 de marzo recuerda algo distinto pero igualmente trascendental: la creación oficial de la estructura provincial en 1949, entonces llamada Provincia Cuba-América Central. Este paso no solo unificó las misiones en la región, sino que dio forma a una organización viva, comprometida y en expansión, que hoy continúa su misión en siete países.

76 años de presencia, educación y transformación

Desde aquella fundación, la Provincia ha crecido no solo en número de obras, sino en impacto humano y espiritual. Colegios, centros pastorales, casas de formación, obras sociales y comunidades han brotado con una misma raíz: la de dar a conocer a Jesucristo y hacerlo amar, al estilo de María.

Hermanos y laicos, docentes y voluntarios, estudiantes y familias, han tejido juntos esta historia. En cada aula, en cada gesto de acogida, en cada joven escuchado o guiado, se ha encarnado el sueño de una educación con alma, donde se forma la mente pero también el corazón.

¿Por qué vale la pena ser marista?

Porque ser marista es mucho más que pertenecer a una institución educativa. Es elegir una forma de vivir y de servir, inspirada en la ternura de María y en la audacia de Marcelino Champagnat. Es construir comunidad, creer en los jóvenes, estar presente, cuidar a los más vulnerables y transformar el mundo desde la sencillez, la humildad y la solidaridad.

En tiempos de desafíos, el carisma marista sigue siendo un faro. Vale la pena ser marista porque vale la pena amar y educar como Jesús.

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