Monseñor Romero, un inquieto hablándole a niños y adolescentes inquietos
No sabemos qué hubiera dicho Monseñor Romero a los niños y jóvenes de hoy, pero en ellos hay algo que no cambia: son inquietos. Son curiosos, cuestionan lo injusto, y quieren que las cosas mejoren.
¿Qué les diría a los niños y adolescentes?
A estos inquietos niños y adolescentes les diría que son la esperanza de cambio del mundo. Monseñor Romero les dijo a unos jóvenes durante el sacramento de la confirmación: “Que ustedes sean ese reverdecer. La juventud siempre es un signo de renovación”. Se refería a renovar la Iglesia, las familias, la sociedad, el mundo. Solo los inquietos tienen el espíritu de cambio encendido para semejante tarea.
También les recordaría que la forma de ser felices es vivir según las bienaventuranzas. Según él “la fuerza del testimonio de los santos está en vivir las bienaventuranzas”. La niñez y la adolescencia son arrastrados por la tendencia materialista de valorar más el tener cosas y a preocuparse más por sí mismos que por los demás. Al contrario, las bienaventuranzas nos invitan a desear la justicia y trabajar por ella. Alguien inquieto está más dispuesto a salir de su zona de confort y servir a los demás.
¿Y qué le diría a las familias y los colegios?
Primero, les diría que los niños y adolescentes son la voz de Dios. Monseñor Romero dijo: “Verdaderamente Dios habla por los niños”. Qué importante saber que cuando los niños y adolescentes se expresan, cantan, se frustran, reclaman sus derechos, son sinceros y hablan de sus esperanzas, es Dios mismo que nos está diciendo que lo escuchemos.
En segundo lugar, les recordaría que hay que darle a los niños y adolescentes “una sociedad, un ambiente y unas condiciones donde puedan desarrollar plenamente su vocación que Dios les ha dado”. Nuestros obras están llamadas a ser espacios de desarrollo de la vocación de amor y servicio. Más que instituciones académicas y formadoras de futuros profesionales, nuestros colegios y escuelas deberían ser comunidades donde se aprende a amar, a ser solidario y a comprometerse. Educar debería fomentar la inquietud de ser sal y luz de la tierra.
Si se llegaran a conocer en persona, los niños y adolescentes de hoy podrían identificarse con la inquietud y el dinamismo de Monseñor Romero. No sabemos qué les diría, pero si nos imaginamos que podrían llegar a ser buenos amigos.