“Hoy mirando a la vida quiero con ella cantar” Champagnat nos invita a llenar la vida de esperanza
Hno. Javier Espinosa
Casa de Formación Guatemala

La época actual nos hace tocar, tanto a nivel personal como institucional, la debilidad de nuestros límites, el dolor de las pérdidas, la insatisfacción por lo no alcanzado, la inseguridad de un futuro… Hoy nos sentimos más frágiles y limitados. Pero en esa fragilidad la figura de Champagnat nos sale al encuentro. Su testimonio nos dice que no estamos amenazados de muerte, más bien, estamos amenazados de resurrección, amenazados de esperanza. Nos dice Champagnat que no hay lugar para el pesimismo, la depresión o la desconfianza, pues estamos acosados por la Vida.
Señalo algunos indicadores de camino que nos señala Marcelino para una vocación marista que contempla con esperanza este momento de la historia.
Una realidad desafiante
El papa Francisco ha expresado “hoy no vivimos una época de cambios sino un cambio de época”. Marcelino Champagnat vivió algo similar. El mundo al que vino Marcelino Champagnat en 1789 estaba comenzando a estremecerse con movimientos de cambio. El mundo que dejaba cincuenta y un años más tarde había conocido la guerra y la paz, la prosperidad y la penuria, la muerte de una Iglesia y el nacimiento de otra. El sufrimiento templó su espíritu, las contrariedades le fortalecieron, supo caminar con decisión y acogió a Dios que le ayudó a seguir su llamada contra viento y marea.
Nos desafía hoy día la disminución numérica en la vida religiosa, la reestructuración organizativa, la búsqueda de nuevos estilos… Nos encontramos en una encrucijada entre un pasado que se va agotando y un futuro incierto. En todos los ámbitos se habla de crisis de sociedad, crisis de familia, crisis de empresas… y crisis de Iglesia y de las instituciones religiosas. Así mismo nos desafía el proceso de sinodalidad en la Iglesia que marca el camino eclesial de estos últimos años. Despertar a la sinodalidad como dimensión constitutiva de la Iglesia desafía a favorecer el diálogo, la participación y la corresponsabilidad, que articula todos los procesos, espacios y estructuras, y anima a caminar juntos a todas las instituciones eclesiales. Para el h. Emili, este proceso supone un momento apasionante de la historia de la Iglesia, quizás el momento más importante desde el Concilio Vaticano II, donde está en juego un cambio cualitativo de la Iglesia.
Ante esta realidad desafiante, Champagnat parece apropiarse de la frase de un autor: “No ser persona plañidera, ni buscadora de escarabajos por las esquinas, sino indicadora de las pequeñas margaritas que alegran los bordes del camino”. Es su apuesta por la esperanza.
Champagnat nos inspira
El testimonio de Champagnat es un canto a la vida. Dios estaba en la raíz de su esperanza. En las grandes dificultades y contratiempos supo escuchar a Dios y a la realidad, y su discernimiento promovió gérmenes de futuro para el proyecto de fundar el Instituto.
La estatua del Vaticano traduce certeramente el desafío marista al momento que vivimos. Con el niño a sus hombros, Champagnat acoge la vida, levanta la esperanza, sostiene el futuro. Promover la vida, al modo de Champagnat, es promover la capacidad de soñar, como la tiene el niño. Es estar abiertos a la creatividad, es superar las mismas ideas y los mismos caminos. Es desarrollar la fantasía y la ilusión. Es romper la tendencia a volvernos normales, a mantenernos siempre dentro de los límites del orden, a no ofrecer alternativas.
Champagnat, levantando al niño, aúpa el juego, la fiesta, la fantasía y la sonrisa. Ante los retos del momento actual, contemplar el gesto de Marcelino, nos debe animar a no renunciar al riesgo, a la aventura, y a llenar la vida de esperanza.
Marcelino acompaña la acción de Dios en las entrañas de la historia
Anclado en lo real, Marcelino sobresale en la captación inmediata de las situaciones y en las relaciones directas con las personas. Su esperanza nace del corazón de la realidad, y en el fondo de esa realidad encuentra a Dios.
Para Marcelino el ejercicio de la presencia de Dios consistía en “creer con fe viva y actualizada en Dios, presente en todo, que llena el universo con su inmensidad, con las obras de su bondad”. Se conecta con la realidad desde los ojos de Dios.
Sobresale en él la sencillez. Su carácter no intelectual y su dinamismo vital. Su naturaleza rica y generosa estaba espontáneamente abierta al mundo, llena de simpatía hacia las personas y fundamentalmente orientada hacia Dios. Tiene gran sentido práctico y realista. Saca provecho con tino y presencia de ánimo de la menor circunstancia. Su gran corazón y alegría le acercan a la gente sencilla.
La vida de Champagnat marcada por la firmeza, constancia y rectitud inspira nuestra respuesta a los desafíos de nuestra época. Durante los cincuenta y un años de su vida, Marcelino trabajó, consumiendo sus fuerzas hasta el agotamiento, para afianzar su familia religiosa. Vivió la experiencia de la Cruz, con innumerables decepciones, dificultades, y obstáculos, pero mantuvo firme su esperanza y su ideal. Así se expresó él mismo: “La roca que ha de servir de fundamento a una congregación es la pobreza y las contradicciones. Ahora bien, a Dios gracias, tenemos abundancia de ambas cosas: todo lo cual me da pie para creer que edificamos con solidez y que Dios nos ha de bendecir”.
Haciendo camino que ya es meta
Champagnat es indicador de caminos, nos determina pistas de búsqueda, nos hace presente la inspiración marista para la misión en el tiempo actual. Su perfil es de buscador, de itinerante, consciente de que Dios nos quiere como somos, aunque nos sueña distintos.
Hacer camino como Champagnat nos lleva a responder generosamente a la llamada al cambio. Actualmente, la sinodalidad implica ponernos en camino y hacia adelante, a vivir como peregrinos en la Iglesia, pueblo de Dios, y a proceder con valentía, franqueza, libertad y verdad. De igual forma el “nuevo inicio” que promovemos guarda relación con la búsqueda de modelos nuevos de vida religiosa, con conversión de personas y estructuras, con recuperación del espacio para el espíritu que había en nuestros orígenes, con re-recreación, con “vino nuevo”, con novedad de Dios, con escucha evangélica de la realidad de nuestro mundo… Y está reñida con “retoques”, añoranzas, números, repeticiones, inercias. Es así como hacer camino se convierte en meta.
Champagnat nos señala caminos, como la fuerza y el coraje de poner al centro la persona. El espíritu de familia que propone supone formar personas llenas de humanidad, capaces de vivir con otros. Supone evitar burocratismos, demasiados niveles, distancias excesivas, o rangos entre personas. Es un desafío que llama a la creatividad para promover estilos de vida más sencillos que confronten el consumismo, para desarrollar el voluntariado, para sensibilizar en la forma de usar nuestros bienes, para acercarnos a los pobres y convertir esa cercanía en aprendizaje de los propios límites y heridas, para conocer la cultura del excluido, a quien hay que respetar, acoger y amar.
Intuyendo el espíritu sinodal
“Marcelino Champagnat al fundar la Congregación Marista, quiso que fuera una familia”. Este rasgo marista hace que nos relacionemos como miembros de una familia donde se vive el diálogo, la comprensión, la tolerancia y el respeto. Desde la responsabilidad compartida y la autonomía responsable construimos comunidad con quienes nos relacionamos. Este aspecto de nuestra identidad promueve que todos se sientan en casa cuando vienen a nosotros. Ser familia carismática y faro de esperanza en este mundo turbulento implica un estilo de vida abierto a todos, viviendo la pasión original que nos ha movido a ser maristas.
Nuestras mesas redondas invitan a construir una gran comunidad, casa de todos. En torno a esta mesa redonda de La Valla pensamos y sentimos a nuestra Iglesia más como círculo que como pirámide. La imagen de esta mesa nos incita a seguir escuchando la voz de los niños y jóvenes pobres, a unir fuerzas en la búsqueda de vitalidad carismática, a promover el diálogo entre las culturas, a defender la vida humana y la naturaleza, a profundizar nuestro camino espiritual, a trabajar por un mundo sin fronteras, a ser profetas de fraternidad.
Nuestro espíritu de familia fue una hermosa intuición sinodal de Marcelino. Por nuestra fraternidad estamos convocados a caminar juntos en una Iglesia sinodal; la que opta por la comunión, la participación y la misión, y la que parte de la escucha, del discernimiento y de la invitación a “ensanchar el espacio de la tienda”. Por nuestra fraternidad podemos llegar a ser personas que recuperen el gusto de ser pueblo de Dios.
Espiritualidad para tiempos difíciles
Este camino espiritual que nos exigen los tiempos que vivimos pasa por la aceptación del sufrimiento, de la cruz; pide paciencia, profunda fe y un corazón unificado. Es el camino espiritual de Champagnat. Y éste es el mismo camino espiritual que goza en la búsqueda, que se alegra en lo sencillo y pequeño, que disfruta de lo nuevo, que canta en la fatiga, que sabe de esperanza, que sueña utopías, que se supera en la dificultad, que ve estrellas en la noche, que se complace en la seguridad que da el Señor. Es la espiritualidad pascual, de muerte y vida, de audacia y esperanza, de cruz y resurrección. El mismo camino que recorrió Jesús, que vivió María y que experimentó Champagnat.
Merece la pena recordad unos párrafos de la carta de Champagnat, escrita al Hno. Antonio, con ocasión de la imposibilidad de reunirse en el verano, debido a la Revolución de 1830: “Las actuales circunstancias no permiten que nos reunamos este año en la casa madre. Dios, así esperamos, nos protegerá”. “No temamos nada, queridos amigos, tenemos a Dios por defensa, nadie puede hacernos daño si Dios no se lo permite. A pesar de la rabia del infierno conjurado contra la Iglesia, esta Iglesia está fundada sobre roca, nada puede quebrantarla; nunca es más hermosa que cuando está perseguida. Abandonémonos, pues, en la prudente y amable disposición de la Providencia”.
Cada obstáculo que Marcelino encontraba en el camino le ayudaba a crecer en caridad, en optimismo, capacidad de iniciativa y cercanía con Dios. Así se lo expresaba a los hermanos: “¿No ha sido El quien ha fundado el Instituto, quien nos proporcionó los medios para construir esta casa, quien nos ha multiplicado y bendecido nuestras escuelas? Si nadie puede quejarse de su bondad, ¿por qué vamos a retirarle nuestra confianza cuando nos somete a prueba? ¿Por qué vamos a temer por nuestro futuro? ¿Por qué dudar del porvenir de nuestra congregación? Esta comunidad es obra suya. Él la ha fundado”.
La espiritualidad para tiempos difíciles que nos inspira Champagnat es la que vivió María. Es la espiritualidad del peregrino, del que busca y hace camino. Es la espiritualidad de amplios horizontes, la del corazón sin fronteras, la del espíritu misionero, la que se abaja al pequeño, la de los pies muy en la tierra. Tras sus huellas nuestro recorrido es camino de esperanza. María nos hace posible un nuevo comienzo ante la realidad desafiante de nuestro tiempo.