VIVENCIAS DE UN MATRIMONIO MARISTA

Se me invitó a escribir estas líneas, y al hacerlo, me permití desenrollar una madeja de vivencias, experiencias y recuerdos. A pesar del tiempo transcurrido, todo parece cercano y fresco.

Cuando era adolescente y estudiante de un Instituto laico (ahora soy abuelo), acompañé a unos ex alumnos maristas a la cancha de fútbol del Liceo Salvadoreño. Del partido no retengo el resultado, pero conservo vívidamente el recuerdo del hermano León Echávarri. Lo conocí ese día, y quedó en mi memoria su preocupación por el césped de la cancha, que no debía ser maltratado ni dañado.

Años más tarde, ya padre de familia, mi esposa y yo experimentamos un acercamiento a Dios y comenzamos a servir con alegría en un ministerio eclesial. Estábamos en un ministerio de misiones de un movimiento de familia. Alrededor del mismo tiempo, buscábamos un colegio para nuestro segundo hijo. Con gran alegría, fue aceptado en el Liceo Salvadoreño en 1986. Así iniciamos nuestra experiencia como padres en esta gran familia marista, conociendo el Carisma de San Marcelino.

Paralelamente, nos unimos al programa de Escuela de Padres, donde hasta el presente seguimos sirviendo activamente. Pronto comprendimos que seguir a Jesús es una vocación universal. Pertenecíamos a un movimiento familiar dentro de la Iglesia, formábamos parte del equipo de Pastoral Familiar de la Arquidiócesis de San Salvador y del equipo de Escuela de Padres del colegio. Estas experiencias se entrelazaban armoniosamente.

El espíritu marista nos mostró la importancia de la familia en todos sus ámbitos: eclesial, escolar, hogareño, social y recreativo, siempre guiados por valores evangélicos. A lo largo de los años, tuvimos el privilegio de conocer a muchos hermanos maristas. Nos guiaron con amor y sencillez en nuestra vida diaria, enseñándonos a amar a Jesús, a considerar a la Buena Madre como un ejemplo de perseverancia, a cuidar de los más vulnerables y a cultivar lazos fuertes de amor fraterno.

El dicho popular “una sola golondrina no hace verano” cobra sentido en nuestra vida, pues somos muchos laicos unidos en un mismo propósito apostólico, comprometidos en formar buenos ciudadanos y en hacer presente el Reino de Dios.

Retomando palabras de Amado Nervo: “muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo vida…”. Escribo esto no con pesimismo, sino con gratitud y optimismo. Agradecidos por ser padres y abuelos, rodeados de una extensa familia, y viviendo diariamente en la presencia de Dios. Nuestras vidas, como todas, han tenido desafíos, pero nuestra fe nos ha sostenido.

Mi esposa trabaja como docente universitaria y yo soy profesional de la salud mental. Comparto esto no para presumir, sino para mostrar que es posible equilibrar trabajo, familia y fe. Como laicos, el futuro de la familia depende de nosotros y de nuestro compromiso.

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