Champagnat, memoria de lo esencial (Segunda Parte)

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H. Javier Espinoza

Hermano Marista

En la primera parte de esta reflexión, el h. Javier Espinosa nos presentó a Champagnat como un hombre profundamente enraizado en Dios, cuya fe se vivía en lo cotidiano, en la historia y en la entrega total a los demás. Su vida nos recuerda lo esencial: una espiritualidad encarnada, una misión educativa comprometida y una esperanza activa que no se rinde ante las dificultades. En esta segunda entrega, profundizaremos en cómo Marcelino vivió su vocación en comunidad, su visión profética del futuro y su legado como centinela de la aurora para el carisma marista de hoy.

Ser con los otros

Champagnat apuntala la razón y sentido de vivir en Dios a través de los otros, a través de la comunidad. Toda su experiencia de Dios es acción por los demás, y toda acción por los demás es tal que le une más a Dios. “¡Cuántos pasos he dado por estos montes! ¡Cuánto he sudado por estos caminos! Creo que si pudieran juntarse esos sudores, habría bastante para tomar un baño… pero si he sudado mucho, me queda la satisfacción grandísima de que ninguno de mis feligreses ha muerto sin que llegase a tiempo de ayudarle con los servicios espirituales”. Sigue expresando su biógrafo: “Estaba totalmente absorto en procurar la gloria de Dios y el interés de su Instituto. Cuando disponía de tiempo libre (en París), acudía a la escuela de sordomudos para formarse en el método de enseñanza, y poder luego transmitírselo a los Hermanos. Cuando hablaba de su intención de ir a dicha escuela, decía: “Iré siempre que pueda pues es fundamental que no pierda el tiempo en París sino que lo emplee en beneficio de estos pobres niños desamparados”.

El testimonio de Marcelino es memoria de algo tan esencial como es saber caminar juntos y descubrir la hondura de la comunidad, vista como lugar teológico, donde se puede alcanzar la plenitud en nuestra relación con Dios. Como lugar que humaniza, donde nos sentimos personas. Como ocasión de ofrecer el testimonio al mundo, siendo profetas de la fraternidad.

Hoy día, la vocación marista la compartimos hermanos y laicos. Este compromiso con Dios está mediatizado por los otros maristas, con los cuales hacemos camino.  El don del carisma marista se convierte en alianza con Dios pero también con los que comparten el mismo don. Esta dimensión comunitaria es eje de la experiencia carismática de todos los maristas.

Centinela de la aurora

Marcelino supo iluminar el futuro y despertar esperanza. Intuyó un mundo distinto. Al fundar el Instituto, al promover la vocación de hermano, al invertir con tanta fuerza en la educación, al gastar su vida por un ideal, manifestó su convicción de que otro mundo es posible. El testimonio de Champagnat nos anima a poner en evidencia lo que expresa EMM 29 para los laicos: “La vitalidad de un carisma se manifiesta cuando se recibe, se recrea a la luz de los signos de los tiempos y se transmite a otros. Junto con los hermanos, somos responsables, de impulsar y extender este don de Dios caminando hacia el futuro”.

Creer en la aurora no es un ejercicio poético o intelectual, sino que exige acción: hay que empujar a esa aurora para que nazca, como lo hizo Marcelino. Estamos al alba de una nueva época para el carisma marista, que reclama creatividad, imaginación, novedad, juntar manos y esfuerzos de todos los maristas. El Papa Francisco sugirió saber “despertar al mundo”. De otra forma, ofrecer el testimonio de un modo distinto de hacer, de actuar, de vivir. Nuestras comunidades, nuestros centros educativos, nuestros proyectos pastorales, nuestros parámetros de gestión, nos posibilitan espacios para hacer posible esta apuesta por vivir de un modo distinto en este mundo. El recuerdo de Champagnat se convierte en memoria de esta dimensión tan esencial de nuestra actual dinámica marista.

Promover un mundo distinto, como lo intuyó Marcelino, es descubrir al Dios de la vida, que libera y salva; al Dios de la historia que privilegia al marginado, haciéndose presente en él. Es saber que amando a los pobres amamos a Dios. Es vivir alegremente en la esperanza. Es interpretar la fe como compromiso con la justicia y la liberación, Es leer e interpretar la Palabra de Dios desde la vida y enriquecerla al caminar.

Percibir lo esencial

Champagnat vivió con mucha intensidad su vida. Murió joven, sin duda a consecuencia. Pero supo priorizar lo importante y esencial. Fundó un Instituto, dio esperanza a tantos niños sin escuela, formó una pléyade de educadores, supo mirar a todas las diócesis del mundo, fue santo.

Nuestros estilos de vida vienen marcados por una presión que escapa a nuestro control: no hay tiempo que perder; queremos alcanzar las metas lo más rápidamente posible; los procesos nos desgastan, los sentimientos son pérdida de tiempo; nos dicen que lo que importa son los resultados, solo los resultados. “A causa de esto,  dice un autor, el ritmo de las actividades se ha tornado despiadadamente inhumano”. Y añade el mismo autor: “Pasamos por las cosas sin habitarlas, hablamos con los demás sin escucharlos, acumulamos información que no llegaremos a profundizar. Todo transcurre a un galope ruidoso, vehemente y efímero. Realmente, la velocidad a la que vivimos nos impide vivir”.

La memoria de lo esencial que nos ofrece Champagnat, supone ir a pie descalzo y de puntillas, porque pisamos tierra sagrada en nuestra realidad y en nuestra historia, y nos pide: “Abrir tus ojos para ver. Afinar tus oídos para escuchar. Extender tus brazos para abrazar. Despertar tu mente para comprender.  Liberar tu corazón para sentir. Ofrecer tu alma para amar “ (La creación es el arte de Dios).  Con otras palabras, también Marcelino nos ha dicho que se trata de saber percibir lo esencial. 

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