La identidad marista, reflejo del corazón de María

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Por: h. Javier Espinosa

Casa de formación, Guatemala

Champagnat quiso darnos el nombre de María. Somos MARISTAS. Y nos gusta expresarlo y gritarlo de tantas formas en nuestros encuentros, así como evidenciarlo en nuestras camisetas y playeras. Llevamos el nombre de María y es nuestra primera señal de identidad, aquello que nos identifica. En carta al Rey Luis Felipe, Marcelino manifiesta esa profunda convicción: “Elevado al sacerdocio en 1816, aún antes de dejar el seminario de Lyon, pensé seriamente en crear una sociedad de instructores que creí deber consagrar a la Madre de Dios, persuadido de que el solo nombre de María atraería muchos candidatos. El éxito en pocos años ha sobrepasado mis esperanzas”.  

El deseo del Padre Champagnat era que la devoción a María, el espíritu de María, fuera el carácter distintivo de la Congregación y de cada uno de sus miembros: la señal por la que todo el mundo pudiese reconocernos. Las generaciones de maristas han ido expresando de diferentes maneras esta señal de identidad de nuestra familia. Se ha hablado de “espíritu mariano”, de “vivir a la manera de María”, de “trabajar al estilo de María”. 

Llevar el nombre de María, ser maristas, proyecta una manera de ser como persona, creyente y ciudadano. Llamarnos maristas supone asimilar el espíritu de María, hacer de su ejemplo una orientación de vida y cargar de sentido mariano nuestra presencia en la Iglesia y en el mundo. Marcelino desea que el amor a María de todo marista los mueva sobre todo a que su ejemplo se convierta en norma de conducta. Es decir, que María sea referente de vida, modelo a imitar, guía y compañera de camino, que ella inspire nuestra forma de ser y actuar. 

En el pensamiento de Champagnat, hacer todo a la manera de María deriva en no emprender nada sin consultarla. De forma muy hermosa se lo expresa al H. Bartolomé: “Procure poner de su parte a la Santísima Virgen, y para ello no olvide considerarla como la primera Superiora de su casa y, en consecuencia, no emprenda nada importante sin consultarla. Ponga bajo su protección su persona, sus hermanos, sus alumnos: toda su escuela”. 

Para Champagnat, vivir al estilo de María, es contar con Ella para todo. Tantas expresiones de nuestro Fundador lo confirman: “La Santísima Virgen nos ha plantado en su jardín. Ella cuida de que nada nos falte”. “No se asusten, tenemos a María por defensa”. “María no nos abandona. María nos ayuda y eso basta”. Y la expresión que emplea en carta al H. Antonio es para subrayarla: “Interesen a María en favor nuestro, díganle que después que han hecho todo lo posible, tanto peor para ella si las cosas no van como es debido. Recomiéndenle mucho a sus niños”. 

En el pensamiento de Marcelino, todo en el Instituto debe pertenecer a María y todo emplearse para su gloria. Decía: “María sola es causa de nuestra prosperidad, sin María somos nada y con María lo tenemos todo, porque María tiene siempre a su adorable hijo o en sus brazos o en su corazón”. Marcelino se veía a sí mismo como alguien que secundaba los planes de María, no como impulsor de un proyecto propio, por eso escribe: “Digamos a María que ésta es mucho más obra suya que nuestra”.  Sólo este espíritu pudo crear en la casa del Hermitage esa atmósfera de familia hecha de autenticidad, de sencillez, de afecto mutuo, de tranquilidad serena, de alegría.  

Fijando sus ojos en María, Marcelino quiso vivir bajo su amparo, encontrando en ella una Maestra de vida que nos acerca al Señor. Por eso, al iniciar su obra, deseó que sus hijos recordaran dos características que consideraba los cimientos de la Congregación: “Crecer a la sombra de Jesús y bajo el amparo de María. De otra forma, que el espíritu del Instituto es un espíritu de humildad y sencillez; que la vida de los maristas, ha de intentar reflejar la de María, de modo especial su humildad y su caridad ardiente, viviendo inmersos en el amor a Jesús”.  Esto es vivir en la Escuela de María. 

Marcelino tomó por divisa: Todo a Jesús por María, y todo a María para Jesús. Esta máxima manifiesta el espíritu que le guió y que fue norma de conducta durante su vida. Decía: “La hacemos conocer y amar como camino que lleva a Jesús”. María se convierte en inspiración para el quehacer evangelizador de todo marista. Es para todos modelo, espejo y maestra. Es expresión feliz del amor a Dios y al prójimo. Es modelo de mujer, esposa y madre. Es la humilde servidora que guarda la Palabra en su corazón y la cumple, es la peregrina de la fe. Es contemplativa, mística, educadora, profeta. Junto con Jesús constituye el tesoro donde los maristas aprendemos a poner nuestro corazón. Su persona encarna la fidelidad, la entrega generosa, la sencillez, la fe. Es creyente fiel y la madre de los creyentes.  

María forma parte de mi identidad. Me gusta relacionar el nombre de María al agua fresca del Gier, a la estrella de la noche del “Acordaos”, al pan caliente de La Valla. María me resuena a silencio y armonía del valle del Hermitage. Es el cariño y afecto de Champagnat. El candor de los niños de las primeras escuelas. La roca fuerte sobre la que se asienta la nueva casa. El suave despertar de la primera comunidad marista cantando la Salve. Mi acercamiento a María se ha convertido muchas veces en petición insistente y filial de algo tan hermoso que descubro en Ella como es la sencillez, la gratuidad, el ocultamiento, su silencio profundo, su presencia discreta… Me invita a apreciar las cosas simples de la vida, a no necesitar cosas especiales ni grandiosas, a huir de triunfalismos y protagonismos, a vivir con paz la “minoridad” actual, a hacer el bien sin ruido, a dar sentido a lo inútil, a lo pobre, a lo simple y a lo frágil. Es María, la de todos los días, la del cotidiano, la de las cosas sencillas, que me ha motivado a disfrutar del gesto y del detalle, del silencio y la contemplación.  

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