La solidaridad que nos forma: el legado que los estudiantes llevan en el corazón
Ely Daniela Rivera
Docente colegio Marista La Inmaculada
Un valor que madura con ellos… y ahora los acompaña hacia nuevos caminos
En los pasillos del Colegio Marista La Inmaculada, la solidaridad no es un proyecto ni una campaña: es un ritmo cotidiano. Un gesto silencioso que se aprende mirando, viviendo y compartiendo. En Comayagua, este valor ha tomado nombre, historia y rostro gracias a generaciones de jóvenes que crecieron dando un poco de sí para que alguien más pudiera sonreír.
Desde la alcancía que pasa de mano en mano en las aulas hasta la entrega de víveres a familias con necesidades urgentes, los estudiantes han entendido que la solidaridad se construye con lo que nace del corazón. No es dar lo que sobra, sino dar lo que puede transformar. Cada venta para el Centro Allison, cada celebración del Día del Niño en comunidades vulnerables y cada visita a Horizontes al Futuro ha sembrado algo profundo y duradero en ellos.
La voz de quienes se despiden: la solidaridad que queda para siempre
En su último año, los estudiantes de duodécimo grado reflexionaron sobre lo que este valor les deja al partir. Daniela recuerda que lo primero que piensa cuando escucha “solidaridad” es simplemente “ayudar”. Para ella, el valor se volvió real cuando alguien la escuchó en un momento difícil: “No necesitaba algo material, sino alguien que me entendiera.”
Xiomy habla con emoción del voluntariado en Horizontes: “Es plenitud; es compartir amor sin medidas. Dios no se queda con nada.” Mariangel, con la serenidad que le dejaron las actividades, asegura: “Ayudar nos cambia por dentro. Nos hace más humanos.”
Melany descubrió que la solidaridad no es grandeza, sino empatía: “Es pensar en el otro antes que en mí. Ser consciente de mi entorno.” Cielo lo dice con claridad: “La solidaridad no es solo un sentir, es un actuar. Es permitirle a Dios usarte como instrumento.”
Para Emely, el valor se encendió entregando víveres a una familia: “Nada se compara con ver alegría en alguien más.” Y para Yuliehn, la solidaridad abrió una puerta interior: “Mi sonrisa era una máscara hasta que ayudé a alguien. Desde entonces puedo reír con el alma.”
Finalmente, María Fernanda lo dijo con una sencillez que conmueve: “La solidaridad me ayudó a formarme como persona. Hoy sé que no se trata de dar dinero, sino de darme.”
Lo que se llevan al partir: un valor que los seguirá donde vayan
Al cerrar su último año, estos jóvenes descubren que la solidaridad no fue un capítulo, sino una forma de mirar: un lente que les enseñó a ver al otro, a agradecer y a hacerse responsables del mundo que heredan.
Lo que se llevan no cabe en una ceremonia ni en una medalla. Se llevan la certeza de que amar transforma, que todos necesitamos de todos y que la vida solo tiene sentido cuando se comparte.
Ese es el legado que el colegio deja en ellos y el regalo que ellos ofrecerán al mundo que los espera.