El rostro laical de la misión marista

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Redacción Provincial

Uno de los grandes dones que el Espíritu ha regalado a la familia marista en nuestro tiempo es la vocación laical.

Durante años, hablar de “ser marista” parecía limitarse a los Hermanos consagrados. Hoy sabemos que el carisma de Champagnat ha desbordado esa frontera y se ha hecho vida en miles de hombres y mujeres que, desde sus realidades cotidianas, han dicho “sí” al llamado de vivir como maristas en medio del mundo.

Una vocación para la Iglesia
El laico marista es, ante todo, un bautizado que descubre en el carisma de Champagnat un camino concreto para seguir a Jesús. Vive su fe en el corazón de la Iglesia, aportando creatividad, compromiso y frescura evangélica. No ocupa un lugar secundario: su vocación es reconocida como una forma auténtica de hacer presente el Reino en la vida diaria.

Una misión compartida en la obra marista
La misión marista no se entiende hoy sin los laicos. Profesores, directores, catequistas, administrativos, voluntarios: todos ellos son compañeros de camino que sostienen, enriquecen y proyectan el carisma. En muchas de nuestras escuelas y obras sociales, los laicos son quienes animan procesos, acompañan a los jóvenes, impulsan proyectos pastorales y mantienen viva la llama de la misión.

La misión compartida no es una delegación, es corresponsabilidad: juntos, Hermanos y laicos, hacemos presente el rostro de María y de Marcelino en la educación y en la evangelización de los niños y jóvenes.

Una contribución a la sociedad
El testimonio de los laicos maristas no se limita a las paredes del colegio. Se expande en la sociedad: en sus familias, en sus ambientes de trabajo, en su compromiso ciudadano. Allí también son semilla de transformación, aportando valores de sencillez, fraternidad y servicio. Laicos maristas en la política, en la cultura, en la economía, en los medios de comunicación: todos ellos son parte de una misión más amplia, la de impregnar la sociedad con el espíritu del Evangelio.

Signos de esperanza
Los laicos maristas son hoy un signo de que el carisma tiene futuro. Su presencia asegura que la misión seguirá floreciendo más allá de las estructuras y que el sueño de Champagnat se mantendrá vivo en nuevas formas y contextos. Ellos son también signo de una Iglesia más participativa, corresponsable y abierta a la diversidad de vocaciones.

El rostro laical de la misión marista es un rostro que inspira confianza: nos recuerda que no caminamos solos, que somos familia, y que cada vocación suma y fortalece el proyecto de Dios en medio del mundo.

 

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