Champagnat, memoria de lo esencial
(Primera parte)

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H. Javier Espinoza

Hermano Marista

En mi sencilla reflexión quiero destacar el tono integrador de la vida y del mensaje de Champagnat. El testimonio de san Marcelino resulta un verdadero desafío al tiempo actual que nos empuja a la dispersión, a lo dicotómico, al activismo, lo parcial y lo indeterminado. Recordar a Champagnat siento que es hacer memoria de lo esencial. Intento rescatar algunos rasgos de esa esencialidad integradora. Contemplar el rostro de Marcelino, pintado por Ravery, inspira mi reflexión.

Ser en Dios

Este es Champagnat: Hombre de pasión, de una vida intensa y activa, incansable y plenamente confiado en Dios. Nos dice: “Cuando se tiene a Dios consigo, cuando sólo se cuenta con El, nada resulta imposible. Es verdad de fe de la que no podemos dudar, pues el Apóstol nos dice: Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? Y en otro lugar: Todo lo puedo en aquel que me conforta”.

La presencia de Dios, tan fuertemente señalada por Marcelino en su espiritualidad, consistía en “creer con fe viva y actualizada en Dios,  presente en todo, que llena el universo con su inmensidad, con las obras de su bondad, con su misericordia y su gloria”. Por eso a Champagnat “todo le movía a elevar su espíritu a Dios y a bendecirlo; de modo que continuamente prorrumpía en actos de amor, de alabanza y acción de gracias”, “se mantenía constantemente sumergido en Dios, no olvidando ninguno de los múltiples compromisos pastorales”.

Champagnat nos recuerda esta dimensión mística de los hombres y mujeres de a pie, es decir, de todos los maristas, cual es sentir que Dios emerge en la mismísima densidad de las cosas, personas y acontecimientos, y que es ahí donde Dios quiere ser escuchado, servido y amado.

La realidad como espacio donde Dios habita

El testimonio de Champagnat parece gritarnos: Dios está de corazón en cada cosa. La vida de Marcelino da fe del proyecto de Dios que baja de su gloria para hacerse experiencia encarnada en nuestra propia historia. Esta convicción le hace tomar en serio la realidad y la historia. Siente que no puede ser creyente fuera de esa historia. Su fe le lleva a comprometerse en una forma u otra con el proceso de construir un mundo más humano, a través de la educación. Está convencido que el Evangelio es ante todo un mensaje de salvación, no un cúmulo de normas morales o mandamientos que cumplir. 

Su biógrafo, Juan Bautista, recoge muy bien esta dimensión esencial de Marcelino: “Lleno de atenciones para con los ancianos, de condescendencia y tolerancia con los jóvenes, de caridad y compasión con los pobres, de bondad y afabilidad con todo el mundo, se hacía todo para todos, para hacerles atractiva la fe y ganarlos para Jesucristo” (Vida, p.40). “Se hallaba siempre dispuesto y se mostraba siempre complaciente cuando le reclamaban sus servicios o lo llamaban a la Iglesia o a la cabecera de los enfermos que se encontraban en los caseríos más lejanos, o en las funciones más pesadas del sagrado ministerio” (Vida, p.41).

La experiencia de Dios sólo puede darse en contacto con determinadas experiencias mundanas, con lo más cercano y con lo que va creando el entramado de nuestra vida de cada día. Una auténtica experiencia humana tiene ya los elementos necesarios para ser llamada una auténtica experiencia de Dios. De ahí que la fuerza y pasión que ponía Champagnat en todo lo que emprendía nacía de su fe en un Dios que lo llena todo. Percibía esa presencia caminando por los montes que rodean La Valla, entre sus hermanos de comunidad, enfrentándose a las diabluras de los niños que recogía en el Hermitage, concentrado en los momentos de oración en la capilla, buscando por el París bullicioso la aprobación del Instituto por parte del Ministerio… 

Lo que vivió Champagnat, lo podemos vivir nosotros. La realidad, los proyectos, nuestra misión, el mundo, la historia, las personas, los alumnos… lejos de ser obstáculo para el encuentro con Dios, son mediación obligada para el encuentro con El.

(…)

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