El camino y expectativas para el presente y el futuro

Los Hermanos Maristas, inspirados por San Marcelino Champagnat, a lo largo de su historia han venido desempeñando un papel fundamental en la educación cristiana de miles y miles de jóvenes en todo el mundo, y su opción de vida ha inspirado e iluminado a los niños y jóvenes, a la vez que a todos aquellos que de una u otra manera se han relacionado con ellos. Y cuando hablamos de los laicos maristas vocacionados, tenemos que relacionarlos necesariamente, con la vida de los Hermanos. Pudiéramos decir que, los laicos poco a poco, a través de los Hermanos, van descubriendo y comprometiéndose con el carisma marista, dándole a su vocación cristiana ese color.

Después del Concilio Vaticano II, en los años 60, los laicos participaron en las obras maristas como colaboradores; el crecimiento de las Instituciones Maristas, entre otros factores, requería la integración de laicos y laicas que acompañaran a los Hermanos en los diferentes proyectos de evangelización y educación. 

A partir del XVII Capítulo General, se comienza a hablar de la “Familia Marista”, incluyendo a los laicos en la espiritualidad marista. Poco a poco, se reconoció que los laicos también somos llamados a la misma misión. Surgió así la noción de “misión compartida”, entendida como corresponsabilidad en la animación de las Instituciones Educativas. Esto generó la necesidad de formar espiritualmente a los laicos para que pudieran ser testigos de esa espiritualidad tan particular. 

En 1985, el Hermano Charles Howard reconoció las Fraternidades como espacios donde los laicos podían crecer espiritualmente y vivir la experiencia de la fraternidad en comunidad. Este hito marcó nuestra historia marista, ya que se empezó a comprender tímidamente que el carisma marista es un don del Espíritu Santo para todos aquellos que se sienten llamados a vivirlo, ya sean religiosos o laicos. 

En el XX Capítulo General se habló de la necesidad de “ensanchar la tienda”, al reconocer la riqueza de los laicos en la misión y para la fecundidad del carisma. Más adelante, surgió el concepto de “Familia Carismática”, que nos invita a comprender que el carisma es el fundamento común que todos compartimos y a partir del cual nos sentimos herederos directos del carisma de San Marcelino Champagnat: Hermanos, Laicos, Hermanas, Padres…

En el XXI Capítulo General apareció un nuevo concepto: “Nueva Tienda”, donde Hermanos y Laicos somos compañeros de camino, vida y misión. Somos herederos del carisma como don entregado por el Espíritu a todos por igual. Y es así, que, cada día, Hermanos y laicos vamos descubriendo la alegría de participar en la herencia del carisma de San Marcelino Champagnat y lo que eso implica en nuestras vidas. Actualmente, los laicos maristas hemos asumido con responsabilidad y conciencia el don que hemos recibido comprometiéndonos seriamente con un proceso vocacional laical marista que nos permita participar plenamente del carisma de Champagnat.

Ya, en el XXII Capítulo General, se experimenta la vivencia de un nuevo La Vallá desde donde surge la respuesta a la primera llamada de ser una familia carismática global, donde se promueve y se nutre la vida marista en toda su diversidad para ser faros de esperanza en el mundo. Sabemos que “el futuro del carisma estará basado en una comunión de Maristas plenamente comprometidos” y que “necesitamos nuevas estructuras y procesos que reconozcan y apoyen nuestros distintos caminos vocacionales como Maristas” como reza en el mensaje final del Capítulo.  Caminando juntos como “maristas de Champagnat”.

Por esta razón, la importancia que damos al Itinerario de Formación Laical en clave vocacional.  A través de él, se espera que los laicos maristas sean líderes comprometidos y entusiastas en sus respectivos roles. Se espera que sean ejemplos vivos de los valores maristas, como la solidaridad, el respeto, la humildad, el servicio y la compasión, desarrollando un profundo sentido de conciencia del otro. Deben tener una profunda comprensión y apego a la misión marista, y estar dispuestos a vivirla en su vida diaria.  Que sean garantes de la vivencia de las 3 dimensiones del carisma marista: espiritualidad, fraternidad y misión.  Contar el relato marista una y otra vez, siempre fieles al origen, pero, con fidelidad creativa, recreándolo cada día para garantizar la vitalidad del carisma por muchos, muchos años más.

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