Una auténtica vocación de servicio: Reflexión sobre las Claves del Estilo Educativo Marista
Identidad del Educador Marista
Por: Comunicaciones
América Central
Revisitar la carta que San Marcelino dedicó al hermano Bartolomé ha sido profundamente edificante para mí. El recibir un saludo afectuoso y valorar nuestra labor nos recuerda la responsabilidad que llevamos como educadores maristas, esa invaluable misión de instruir y enseñar a través del ejemplo.
Es importante recordar que, al igual que San Marcelino enfrentó desafíos en su tiempo, nosotros, como educadores, enfrentamos ahora los retos de la pandemia. Esto nos motiva a regresar a la fuente de nuestra fortaleza: el amor a Jesús y María.
La identidad del educador marista no caduca. Al contrario, se renueva y se adapta a cada circunstancia. Al igual que cuando leemos el Evangelio, encontramos palabras precisas, enseñanzas y guías que orientan nuestra misión. La educación trasciende la formación académica; es un apostolado que fortalece el ser humano a través del amor divino presente en Jesús y María. Esta vocación nos otorga el honor de formar individuos íntegros, capaces de establecer relaciones sencillas y fraternas en la sociedad actual.
Ser educador marista significa seguir el legado de San Marcelino Champagnat, buscando coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos. Es este compromiso con la congruencia lo que inspira a nuestros estudiantes a seguir nuestro ejemplo.
Mi vida se ha cimentado en el amor a Jesús y a nuestra Buena Madre María. Esto me ha permitido afrontar cada dificultad con fe y esperanza, manteniendo una relación filial con Dios Padre y viendo cada experiencia como una oportunidad de crecimiento.
Al integrarme al Liceo Salvadoreño, pude fusionar mi fe con el legado espiritual de San Marcelino Champagnat, enriqueciendo así mi labor docente. Actualmente, enseño Estudios Sociales para Octavo Grado. Mi enfoque académico se basa en los valores de compasión, prudencia, paciencia y comprensión ante las debilidades humanas, tal como lo propuso San Marcelino en su misión.
Como educadora marista, promuevo una enseñanza centrada en la persona, un proceso que permite tanto al educador como al educando, crecer como seres humanos espirituales e íntegros. Esta perspectiva me ha motivado a seguir aprendiendo y adaptándome a las demandas de la sociedad. Más allá del currículo, me esfuerzo por conocer, acompañar y ayudar a los jóvenes, creando un vínculo fraternal con ellos, mis colegas y la comunidad marista en general.
Busco fomentar un ambiente de confianza y respeto en el aula, donde los estudiantes sientan pertenencia, vivan el espíritu de familia y se responsabilicen por sus tareas. Mi objetivo es que, con cada logro, aspiren a ser mejores, a convertirse en buenos cristianos y ciudadanos ejemplares.
Comprometida con la visión de San Marcelino Champagnat, me esfuerzo por poner en práctica la pedagogía del buen ejemplo y por mantener coherencia entre mi fe y mis acciones cotidianas. Mi deseo es guiar a los jóvenes hacia un desarrollo personal fundamentado en su relación con Dios y con nuestra Buena Madre, la Virgen María.
Invito a todos a mantenerse inspirados en la pedagogía marista, tomando como fuente el amor a Jesús y a María. Que nuestro testimonio inspire de tal forma que los estudiantes aspiren a imitarnos. No olvidemos que la pedagogía del ejemplo, tan valorada por San Marcelino, sigue vigente en cada faceta de nuestras vidas.